EL RENACIMIENTO DE VENUS

   


    Entro al agua con mi alma rota y siento como el vapor del agua caliente penetra mis poros, mis poros obstruidos por las células muertas. Cierro los ojos y percibo como el líquido detalla cada una de mis curvas y acaricia mi cuerpo virginal. Las gotas caen por mi rostro camuflando mis lágrimas y mis pestañas se me humedecen dificultando mi visión. Con lentitud tomo el champú y lo aplico sobre mi delgado cráneo y masajeo con delicadeza las hebras de mi cabello ondulado que cae con gracia cual cascada dorada. Mi cabello se convierte en espuma y rápidamente desaparece al contacto con el agua, cayendo sobre mis tobillos. Abro mis ojos con torpeza y pienso sobre la pintura de la Venus de Boticelli. 

    Al salir de la ducha, me adentré en una cabina de vapor caliente y aquel espejo de la esquina del baño no tenía reflejo más que del propio vaho. Tomé la toalla de algodón que descansaba en el frío suelo de la cerámica del baño y sequé delicadamente cada extremo de mi cuerpo teniendo mayor suavidad en las áreas más delicadas. Mis mejillas estaban acaloradas y mis pequeños senos caían apresuradamente mediante secaba cada uno de ellos. Mis piernas rojizas por el calor estaban cubiertas de vello por el frío y mi vaga preocupación por su estética. Finalmente trato de despejar el vapor acumulado en el espejo para poder observar mi rostro, y me encuentro con aquellas inseguridades respecto a mi belleza anti-cánones, mi mirada neutra y seria, mis mejillas rojas maltratadas por el cutis, mi espinilla de antenoche, mi horrible nariz roja por el calor, mi abdomen inflamado, mis senos sin relleno y mi continua alma frágil cual cristal a punto de romperse en mil pedazos, añadiendo la adorable lágrima solitaria cayendo con calma a través de mi cara húmeda y melancólica. Es horrible esos días que odias cada centímetro de tu cuerpo, cada fibra capilar, cada tejido y órgano. ¿Qué será de mí en el momento en que pierda mi carácter virginal? ¿mi imagen de belleza celestial? mi valor como mujer entrará en una profunda inmersión de incertidumbre, porque debo adecuarme a un estándar de belleza inalcanzable, debo de ser perfecta, casta y carente de lujuria para ser inmensamente hermosa y digna de admiración.

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